Localidad: Rojas
Muy cerca de Briviesca, a tan solo 13 kilómetros, se encuentra Rojas. Un municipio de pocos habitantes, que conserva las ruinas de lo que fue un importante castillo. En las faldas del monte donde se encuentra la fortaleza se hallan las ruinas del convento de dominicos, que apenas se distingue hoy día.
La villa siempre fue considerada, durante la Plena Edad Media, como propiedad de los Rojas. Esta linajuda familia alcanzó su plenitud política con Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma, y con su hijo, el duque de Uceda, validos ambos de Felipe III. Su escudo de armas, las cinco estrellas rojas de ocho puntas, lo podemos encontrar en numerosos pueblos de La Bureba.
La villa de Rojas fue inicialmente otorgada a Burgos por Fernando el Católico, pero a comienzos del siglo XVI, fue reclamada por los condestables de Castilla, por entender que se hallaba bajo la jurisdicción de Briviesca. A partir de 1509 la villa entró en la órbita de los Velasco, quienes se opondrían, a comienzos del siglo XVII, al intento de compra por el Duque de Lerma, que, a su vez, reclamaba sus derechos y los de su familia en dicho territorio.
Sobre un cerro, a las afueras del pueblo, se alzaba el castillo, cuya silueta se destacaba en el horizonte, y de la que hoy tan solo podemos contemplar unas ruinas. Su construcción se llevó a cabo en diferentes épocas y su irregularidad se debe a la necesidad de adaptarse al quebrado terreno. Se cree que antes de este edificio hubo otro, construido en el siglo X y reconstruido hacia 1300 por Sancho de Rojas. La torre del Norte se levantó con sillarejo, pero en el resto del edifico predomina la mampostería. El primitivo castillo se ubicaba al Norte y estaría unido, en parte, a otro gran edificio rodeado por una cerca, situado al Sur del cerro.
Los restos permiten pensar que la torre del homenaje fue cuadrada. Encontramos también algunas ruinas de lo que parece que fue la capilla y la zona residencial, con dos ventanales destacados, uno lobulado y con molduras, y el otro, cuadrangular. Aún se distinguen perfectamente los pisos y la altura de cada uno. Hay restos de canecillos, que pudieron pertenecer a la defensa o a la protección de la torre, los cuales nos indican que el castillo tuvo más o menos la misma altura que indican los restos conservados.
El castillo, al que se puede acceder a pie sin dificultad, merece una visita tanto por razones históricas como por el paisaje que se divisa desde su emplazamiento.